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La mala felicidad


Un tema recurrente que se oye entre las familias que acuden a los colegios es que ante todo quieren que sus hijos sean felices. Al indagar sobre qué es felicidad para ellos, muchos de los acudientes aluden a que es necesario que los niños jueguen, que se diviertan y que no estén todo el tiempo estudiando, haciendo tareas y pensando en el colegio. Al revisar con detenimiento esta definición tan común que vemos sobre el concepto de la felicidad en el diálogo en los colegios, existen tres consideraciones a revisar: 

 

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  1. Hay una concepción implícita que el colegio es un sitio en donde no se juega, la cual en muchas ocasiones es errónea. Si bien hay momentos de instrucción que son convencionales en donde se espera, como en cualquier aprendizaje, que el educando siga unas instrucciones específicas dadas por el instructor, los niños constantemente juegan a ser científicos en la clase de ciencias, escritores en la de lenguaje, ingenieros en la clase de física o ciudadanos en los recreos y momentos de interacción colectiva. Los colegios en sí son una simulación de la realidad y de la vida, con la cual se enfrentan los educandos y por tanto son un lugar de juego por excelencia. 

  2. Se piensa que la tarea va en contra de la diversión y del desarrollo formativo del estudiante. Si bien hay tareas absurdas como las que termina haciendo el padre de familia solo y trasnochado, o los 100 ejercicios repetitivos que se deben hacer en tiempos récord, hay que entender que las tareas forman hábitos de trabajo independiente. El desarrollo del trabajo autónomo y disciplinado es clave; en la educación superior cerca del 80% del aprendizaje es adquirido autónomamente y por fuera del salón de clase; adicionalmente en el ejercicio profesional, serán escasas las ocasiones en que el jefe se siente a enseñarle al profesional. Por el contrario, se le asigna un reto al empleado y se espera que posea las competencias para resolverlo y cumplir con los objetivos.  Nunca es demasiado temprano para trabajar en la autonomía, más aún cuando la ciencia nos ha demostrado que los hábitos aprendidos en la niñez son excelentes predictores del adulto y el profesional que tendremos en el futuro. 

  3. Pensamos que la felicidad es un objetivo y no nos damos cuenta que es una consecuencia. La idea de “felicidad” para un padre de familia no es la misma para su hijo. Además, los imaginarios de felicidad de familia a familia podrían ser distintos. Realmente la felicidad es la consecuencia de tomar buenas decisiones y para esto es clave que formemos en los niños el pensamiento crítico de tal forma que escojan adecuadamente su profesión, su pareja e incluso hasta el presidente de turno. Para formar el pensamiento crítico es necesario la rigurosidad, el trabajo constante y la perseverancia; de lo contrario, estaremos educando para una mala felicidad en donde los niños terminan haciendo lo que quieran en un malsano libertinaje, o peor aún, esperando que los demás tomen las decisiones por ellos para evitarles sufrimientos.

Es preocupante el discurso colectivo de la felicidad que en este momento nos tiene más preocupados por el bienestar inmediato y la sonrisa temporal. Una educación con propósito, la formación en la autonomía y el desarrollo del pensamiento crítico debe ser lo que une a los padres de familia con los colegios para construir un desarrollo social y económico sostenible que sea perdurable.

 

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